Señalamos hacia el futuro como si el tiempo estuviera pintado en la pared; señalamos Irlanda, fría, como el café sobre la mesa, apuntamos a Francia y creemos reconocernos en des Champs-Élysées como en un déjà vu invertido, como si algo dentro de nosotros supiera que ya hemos estado ahí. Y nuestras risas estallan en chispas tecnicolor.
Pero comienza a hacer un frío púrpura, áspero; y todo lo que hemos señalado se ha perdido con el último sorbo del frappuccino irlandés.